Sobre la madre que resistió, durante más de 51 años, a la tortura de la desaparición forzada se ha escrito mucho, sobre la maestra militante, sobre la integrante de Familiares que declaró ante juzgados internacionales, también. Por eso, este artículo sobre el vínculo entre COVITEA y la Tota, solo pretende dejar el registro de cómo el símbolo histórico se convirtió en una pequeña pradera popular.
Foto: Equipo Comunicación de FUCVAM
María Tota Almeida Quinteros estaba transitando sus últimos años de vejez en un residencial porque no tenía familiares directos. Porque, además de un ser un símbolo de resistencia ante la impunidad, la Tota fue un ser humano torturado y desatendido por el Estado. Tanto esos más de 50 años en el que se le negó entregarle el cuerpo de su hija como por, nada más ni nada menos, haberla desaparecido y, sino también, por transitar la vejez en un país que apunta a la política del descarte.
Cuando la Cooperativa de Vivienda Teja- Ancap (COVITEA) se enteró de su situación, la comunidad, que desde ya desde el 2000 había nombrado a su biblioteca barrial como “Elena Quinteros”, decidió espontáneamente integrarla. No fue ni siquiera una discusión de Asamblea, el acontecimiento de recibirla en una de las unidades vacías de la cooperativa, era eso: todo un acontecimiento. Y, cómo resaltan los seis cooperativistas entrevistados para este artículo, un “orgullo” compartido.
Sobre la vida política y personal de las madres ha corrido tinta. En todas las marchas las acompañan miles de uruguayos y uruguayas. La Memoria es un compromiso político que remueve a cualquier persona uruguaya, COVITEA representa esa sensibilidad solidaria. A la Tota le desaparecieron a su hija, Elena Quinteros, y pese a que la política de impunidad fue todo lo contrario a otorgarle una reparación histórica, eso no la detuvo. El horror no puede ser silenciado y es, casi imposible, ser indiferente. Tampoco tal capacidad de resistencia merece el olvido.
Sobre la situación concreta, La Tota vivió desde el 2000 hasta fallecer, con 82 años, en COVITEA. Y solo puede haber una posibilidad de escribirlo. Porque sería hasta faltar a la verdad enunciada por los y las cooperativistas y meterse en asuntos que, además de privados, no corresponden. Y solo se puede hablar del honor que significó para la comunidad cooperativa la convivencia con La Tota. Y más allá de las perspectivas políticas y comunitarias que se pueden tener sobre el asunto, La Tota fue un ser humano, profundamente humano, que pese a convertirse en un símbolo popular e histórico, incluso, hasta en Presidenta de la Junta Departamental de Montevideo, su vocación de maestra fue un compromiso que perduró hasta el último de sus días.
Y, tal vez sea eso, lo que define a un ser humano: sus gestos, sus acciones y su postura ante la vida. En ese sentido, no se puede definir a La Tota, pero sí, tal vez, lo que representa. Ella se murió sin saber dónde está su hija y quien esté vivo puede seguir sosteniendo su lucha. Las acciones como las de COVITEA sirven para tener en cuenta, cuánto se puede lograr si el accionar es colectivo. O para volver a recordar que la lucha de la Tota Quinteros, la de una generación que no fue esta, la de una democracia con ánimos de dejar en el olvido los delitos de lesa humanidad perpetrados por el Estado, pasó de ser, hace décadas atrás, la Historia de un pétalo ausente a ser una pradera de margaritas.
María "Tota" Almeida Quinteros murió en enero del 2001 sin saber qué hizo el Estado con su hija. Pero aún vive, en las Marchas de Silencio, en los compañeros de militancia, en sus compañeras de Familiares, el mural de la cooperativa COVITEA, en la biblioteca barrial que lleva el nombre de su hija, en la casa que el Partido de la Victoria del Pueblo pretende recuperar de las garras de sus perpetradores y en cada persona que, con cierta sensibilidad, puede horrorizarse ante el hecho de que una madre no sepa dónde está su hija, incluso, cuando fue el Estado uruguayo quien la desapareció. Sepan cumplir.
El acontecimiento y su gesto
“Una familia se fue de la cooperativa. Teníamos la casa libre y nos enteramos que estaba viviendo en un residencial. Por supuesto, por las características de la Tota, no podía vivir ahí se sentía muy controlada. No podía salir, por ejemplo, a ver a la Falta que le gustaba. Ella quería tener libertad. Nos enteramos de la situación, el 10 de mayo del 2000, no me acuerdo quien hizo de nexo. Se planteó en una Asamblea y entró derecho.
A la casa le tuvimos que hacer adaptaciones porque tenía problemas de movilidad, le hicimos baranda en la entrada e hicimos turnos para acompañarla todo el tiempo. Se comunicaba con Nora, casi siempre”.
“Nosotros siempre la llevábamos de viaje. Quedó el vínculo después de que nos vino a visitar, cuando ella era presidenta de la Junta y nosotros ocupamos el terreno. Y cuando la trajo a vivir el taxista, que era alguien de confianza, ¿vos podrás creer que el estúpido le cobró? Cuando le dijimos quién era le quiso devolver la plata. Pero cuando le quisimos devolver la plata, ella no aceptó”,
Eduardo Santander, taxista e integrante fundador de COVITEA
La convivencia
“Con Nora se comunicaban con golpes, a cualquier hora. De madrugada, a las 12, a la 1, a las 3, a las 4 o a las cinco. Si ella golpeaba la pared, Nora iba. Era militante del PVP, compañera de ella. Y los gurises chicos iban a estudiar con La Tota. En la cooperativa hicimos dos turnos, uno en la mañana y otro en la tarde. Le prendíamos la estufa y le tomábamos la presión. Los gurises, además, iban todo el tiempo, se fue dando así en forma natural. Todos sentíamos esa obligación, todos, fue una cosa compartida. Nos sentamos, hablábamos del tema y lo organizamos (…) No le pedíamos que asistiera a las asambleas. Los adultos mayores a los 65 están exonerados. Aunque ella fue muy comprometida con la cooperativa”.
Eduardo Santander, cooperativista de COVITEA
“Mi cotidiana fue ir en invierno para prenderle la estufa. Cuando no estaba yo, estaba mi compañera. Me acuerdo que era amante de los niños y de una perrita que estaba en la cooperativa “Blanquita”. Ella siempre me preguntaba dónde estaba y me pedía que la cuide”.
Antonio Bermúdez, cooperativista de COVITEA
El símbolo
“La otra imagen que me viene a la cabeza, es el día de la inauguración de la biblioteca 'Elena Quinteros', La Tota estaba en primera fila con su bastón. Actuó Falta y Resto, nosotros convocamos a murga porque tenía una buena relación con la cooperativa y a La Tota le gustaba. Quedó un sombrero que la Falta y Resto le regaló a la Tota, permanece en la biblioteca hasta ahora”.
Daniel Fernández, cooperativista COVITEA
“Nosotros lo más que importante tenemos es el primero de mayo, el Día Internacional de los Trabajadores y el compromiso con Madres y Familiares. Tenemos un compromiso con los Derechos Humanos. Para nosotros no es más que defender la vida y es tema muy importante, seguir reclamando, seguir reclamando hasta el final. Y así educamos a nuestros hijos. A todas las personas que ingresan a nuestra cooperativa se les da una charla y se les dice”.
Eduardo Santander, cooperativista de COVITEA
“En la biblioteca trabajó, casi un año, María Ester, la abuela de Mariana Zaffaroni. Ella, cuando se inauguró la biblioteca, participaba, venía una vez por semana a atender el público en la biblioteca. O sea, el vínculo y el compromiso con Madres y Familiares es desde el vamos”.
Carolina Silveira, maestra y cooperativista de COVITEA
“Una vez tuvimos una discusión en una de las sereneadas por si La Tota era una heroína o no, como la cooperativa sale de varios sindicatos, la mayoría de las y los compañeros peleaban por los derechos humanos y esas discusiones eran comunes. Para nosotros eran luchadoras, para ella lo que hacía era normal, es lo que hay que hacer. Un revolucionario hace la revolución. Y bueno, para nosotros ella era revolucionaria. Peleaba por los derechos de los más humildes y los que no tenían acceso a sus derechos.
"Y un viejo compañero del interior siempre decía que era una heroína. Tuvo la mala suerte de que le secuestraron y asesinaron a una hija. Luchó en Uruguay, enfrentó a los militares, declaró en Europa, defendiendo los Derechos Humanos y buscando a su hija. Eso la mantuvo viva, pelear, pelear y seguir luchando”.
Eduardo Santander, cooperativista de COVITEA
“¡Un orgullo! ¡Un orgullo! ¡Era una expresión de orgullo! Como la propuesta de hacerle el mural. Fue como una Madre Coraje. Un orgullo. Es parte de nuestra identidad, o sea, de verdad. Creo que tener a la Tota plasmada ahí es eso, es parte COVITEA”.
Antonio Bermúdez, cooperativista de COVITEA
La maestra
“Cuando La Tota viene para acá yo había empezado Magisterio. Me acuerdo que era sentarme a hablar con La Tota de ser maestra y terminar hablando de Elena. Me contaba muchas historias sobre la militancia de Elena y cómo era su casa, siempre recibiendo compañeros, ese es el recuerdo más lindo que tengo. Se le iluminaba la cara cada vez que te hacía un relato de Elena. Sentía que tenía una conexión por estar haciendo magisterio. Y, bueno, ella me lo hacía sentir así también”.
Carolina Silva, cooperativista de COVITEA
“Yo era bastante chica cuando vino a vivir La Tota, tenía más o menos ocho años. Para nosotros, los niños, era novedosa su presencia en la cooperativa. Porque escuchábamos todo el tiempo “La Tota, la Tota”. Entonces íbamos a la casa de La Tota todas las tardes. Entrábamos en el portón y siempre nos recibía contenta. Yo no tenía mucha noción de quien era, pero siempre al verla la veíamos sentadita, ahí, en su mecedora. Nos recibía siempre re bien. Nos daba caramelitos y nos contaba historias que siempre nos dejaban alegres. A mi siempre me puso muy contenta ir para la casa de La Tota. Era como esperar a la hora que íbamos y nos metíamos por el portón, que siempre estaba abierto, para que nos contara historias. Eso es lo que recuerdo que siempre nos recibía de manera cálida”.
Camila Orles, cooperativista de COVITEA
“Tengo la visión adulta de la entrada de los niños. Los veíamos entrar y, muchas veces, nos tirábamos los pelos porque los gurises eran divinos, son divinos, para ella era como una inyección de vida. Pero le revoloteaban toda la casa. Me acuerdo de compartir esa preocupación con otros adultos. Porque aquello era un desfile de niños y no queríamos que eso generara inconvenientes. Pero a ella no le molestaba”.
Daniel Fernández, cooperativista de COVITEA
“A veces la veías reunida con los gurises de ocho años. Era un descontrol eso, pero ella lo aguantaba. Y se veía que lo disfrutaba. Igual que con Blanquita, era fanática”.
Antonio Bermúdez, cooperativista de COVITEA
“Lo que recuerdo es a través de mis hijos. Siempre me decían: “me voy a lo de La Tota”. Como si fueran a un club o alguna cosa así. Entraban y salían. Era un enjambre ¿viste?”.
Gerardo Peraza, cooperativista de COVITEA
La madre
“Otra cosa que recuerdo, y lo tengo muy marcado, es una foto que tenía en la mesita de luz. Era una foto de Elena, chiquita, disfrazada de enfermera”.
Carolina Silveira, cooperativista de COVITEA



