27 de Junio del 2024
HOSTIGAMIENTO CONTRA LAS COOPERATIVAS DE LA CONSTRUCCIÓN
Persecución y resistencias en el complejo de cooperativas COVISUNCA 456
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La eemblemática cooperativa de los obreros de la construcción fue víctima de una feroz represión por parte del régimen. Algunos cooperativistas ofrecieron su testimonio y relatan cómo, pese al terror, la cooperativa sobrevivió a las embestidas autoritarias.

 

El apartamento de Cristina Martegan tiene una puerta blanca con una pequeña ventana rectangular. En el medio de un relato, Marga Freire cuyo compañero, Enrique Núñez, y su padre, Gloris Freire, cayeron presos en dictadura, recordará como por las noches las linternas de los militares alumbraban el techo desde el pasillo a través de esas ventanas y la señalará desde el presente para retratar el terror diario que se vivió en COVISUNCA. “Veías una luz y ya sabías que te andaban buscando”, puntualiza.

Al escuchar el relato de Marga, Cristina recuerda cómo golpearon una noche su casa equivocadas buscando a una cooperativista. Pero era del segundo piso. Al subir, los militares se llevaron a la compañera, envuelta en una sábana, a su marido y sus hijos. “Era una hija de un gobernador argentino y la sacaron del país”, complementa Marga.

La cooperativa se conformó en 1971 y un año después se le concedió el préstamo. Pero a esa altura, las familias, en su mayoría pertenecientes al Sindicato Único Nacional de la Construcción y Anexos (SUNCA), aportaban unos 40 pesos uruguayos como cuota social y gran parte de los 28 edificios que hoy responden a una letra del abecedario, ya contaban con su esqueleto. La obra empezó en 1972 y terminó en 1983.

 

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“La cooperativa estuvo muy unida siempre. Durante la dictadura diariamente venían los militares de a decenas. Estabas tomando mate y veías verdear la cooperativa, venían a buscar compañeros, ya sea en el día o en la noche”, ilustra Marga, “la cooperativa estaba fichada por pertenecer al SUNCA, mi padre, por ejemplo, cayó por su militancia en el sindicato y lo fueron a buscar a ZONA 3”. 

Los trabajadores de la construcción no solo componían la cooperativa, sino que también trabajaban en la obra como contratados, ya sea en la misma COVISUNCA o en un complejo cercano, ZONA 3, y los militares los buscaban día a día. 

La cooperativa quedó vacía en muy pocas oportunidades. Ocurrió en la Huelga General de 1973, cuando la cooperativa estaba en plena construcción. También pasó en la manifestación del Río de Libertad, cuando arrancaron hacia la marcha 14 camiones repletos de cooperativistas.

“El 90 por ciento de los y las cooperativistas eran de izquierda”, comenta Cristina. Así fue cómo la resistencia dentro de la cooperativa fue diaria. 

Por la noche, por ejemplo, se volanteaba. Un compañero apagaba las luces de los pasillos para que no se viera quién repartía los volantes y los militantes iban de a dos para depositar puerta por puerta información sobre las acciones contra el régimen.

Cristina se ríe y complementa: “los compañeros me decían fuiste vos la de anoche porque se escuchaba el taconeo de tus zapatos”. 

Al mismo tiempo, había lugares donde la gente se reunía. No con intención de formar sindicatos, las organizaciones no eran tan formales, sino para desarrollar actividades como ollas populares o colectas para las familias de presos políticos de la cooperativa. 

“Hacíamos tortafritas, ollas populares y de noche era el local clandestino ideal para reunirte a la luz de la vela”, enumera Cristina. Las reuniones a luz tenue eran comunes dentro de la cooperativa y el punto era que desde afuera los militares, una presencia recurrente en COVISUNCA, no vieran el movimiento. 

Henderson Cardoso era uno de los militantes más buscados. Cayó en 1973 y desde ahí los militares estuvieron un poco más tranquilos, “en la cooperativa hubo un total de 300 presos políticos”, sostiene Cristina. 

Los “miguelitos” y las resistencias

 

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El listado de los y las integrantes de las Comisiones de Fomento o los Consejos Directivos eran enviados a las autoridades castrenses para ser autorizados. 

La cooperativa organizaba desfiles de carnaval, se hacían fiestas de fin de año por bloc con bailes y música, se festejaban cumpleaños para los niños y las niñas, hacían tablados, organizaban clubes de futbol, sin autorización para poder evitar más medidas represivas. “La idea era no estar todo el día en ese sentimiento de aislamiento”, sostiene Marga.

Durante la construcción de la cooperativa, “algo no pacífico”, según califica Marga, se hacían “miguelitos” con el resto de las vigas para ser usados durante las manifestaciones: esas pequeñas y afiladas virutas de hierro tenían el poder de romper las llantas de los vehículos de la represión.

En caso de que la cooperativa celebrara una asamblea, se pedía autorización con el orden del día a la Jefatura y asistía al evento un uniformado. “Eso lo hicieron hasta 1983, después empezaron a soltar un poquito”, vuelve a repetir Cristina para luego aclarar que, si bien el régimen jamás les pidió la expulsión de cooperativistas, “pedían vacantes para infiltrar a sus agentes”. 

 

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En la administración de la cooperativa se imprimían volantes. No todos sabían sobre las actividades de la imprenta por las dudas de que hubiera informantes. 

Las familias de presos políticos que quedaban en la cooperativa eran ayudados por el resto. “Teníamos un almacén cooperativo que una vez al mes te daban una gran cantidad de cosas para llevar a la cárcel”, puntualiza Marga. “Ayudábamos a armar los bolsos también, porque las barras de jabón había que rallarlo, el tabaco se tenía que sacar del paquete”, informa Cristina.

 

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Los y las cooperativistas estaban en una situación económica grave por perder la única fuente de ingresos tras caer presos, se les dejaba en la puerta un bolso con comida. “Para que no sintieran la vergüenza de que alguien les daba de comer por lástima o algo así”, explica Cristina.

Gloris Freire, el padre de Marga, salió de la cárcel con muletas. Le quebraron una pierna en FUSNA. Al ver el retorno de los presos, la impresión era contundente. “Desde lejos los veías salir en ese estado, todos pelados y flacos, que les habían tratado sacar la personalidad; ves y sentís lo que realmente ellos vivieron y vivieron cosas espantosas”, concluye Cristina.

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