Por Gustavo González
La vida me regaló la posibilidad de viajar por el mundo y jamás como turista. Sino junto a los pueblos y sus saberes, sus risas, sus llantos, sus alegrías y tristezas, sus comidas, sus costumbres, sus formas de hablar, sus historias, sus verdades y sus memorias.
Les debo tanto cuanto he aprendido, les dejo también lo que llevo en mi “mochila de caminos”, ideas, ganas, esperanza y por sobre todas las cosas una experiencia nacida en mi país engendrada de la unión de la clase obrera y los técnicos comprometidos de los años 60. Su nombre Cooperativismo de Vivienda por ayuda mutua.
Después de tanto LLEVAR ESTA HERMOSA MOCHILA IMAGINARIA EN MIS HOMBROS me decidí a poder en este libro contarles algunos de mis andares y los andares de estos pueblos. Pueblos diferentes e iguales, de climas fríos y calientes, de hablares distintos, de costumbres, bailes y comidas distintas, pero con un denominador común, en todos ellos me encontré con gente que quiere cambiar el mundo y en eso no hay diferencias. Como lo considero tan rico todo lo que he vivido en este viaje que ya lleva muchos años, decidí contarles algo de él. Imposible que esté todo, pero en este libro comienzo y si ustedes entendieran que valió la pena, seguiremos con otros. Pero algo muy importante en este transitar con la mochila, no anduve solo, a Centroamérica me fui con Alicia mi Compañera de vida.
Honduras: Las voluntades que decantaron en la ocupación
Un aspecto que no estaba en mis cálculos al llegar a Centro América era incursionar en el tema de la vivienda en las áreas rurales, pero no hacerlo habría sido un gran error, ya que esta región de nuestro continente tiene aún un alto porcentaje de población campesina y allí el problema de la vivienda, entre otros, azota con fuerza.
Mi experiencia en vivienda rural era muy poca o casi nula, pero ganas sobraban y por qué no intentar si el modelo cooperativo podría funcionar también para los campesinos, como efectivamente la historia viene demostrando que sí se puede.
Es así como comencé con los compañeros de ICADE, organización de desarrollo hondureña con años de trabajo con los movimientos populares, que era la contraparte local, a trabajar con una experiencia de vivienda rural llamada “Voluntades Unidas”. Llegué en el año 2004, luego de hacer no pocos quilómetros desde la capital, Tegucigalpa, al corazón mismo de la “república bananera”, ésa que tantas veces había leído desde mi juventud. Pero todo lo imaginado fue poco hasta conocer de cerca esa durísima realidad de los trabajadores bananeros, por años explotados por la United Fruit estadounidense, que también recordaba de muchas lecturas y de la canción de Viglietti coreada tantas veces en mis épocas juveniles.
Primeramente, había que ir a la ciudad de El Progreso y de allí 19 quilómetros de camino polvoriento, donde me pareció internarme en el siglo XIX, en medio de un calor agobiante y de los zancudos (como allí llaman a los mosquitos) que nos rodeaban como un cerco, hasta llegar al lugar donde me esperaban para realizar una asamblea las veintitrés familias que componen la Empresa Asociativa Voluntades Unidas.
La idea era explicarles el modelo cooperativo de vivienda, ya que según me habían contado habían recibido un crédito de la Cooperación Irlandesa para la construcción de sus viviendas. Pero primero quise conocer su historia, saber cómo habían llegado hacia esa tierra desprovista de todos los servicios, acariciando el sueño de construir sus viviendas, que naturalmente no estaba desligado del sueño de solucionar el trabajo y el sustento.
En esa historia, como siempre sucede, tampoco había casualidades: los hechos vividos por los pueblos tienen directa relación con el tipo de desarrollo que existe en cada comunidad. Y aquí el desarrollo estaba necesariamente vinculado con las peripecias de la explotación bananera y con el hecho que, devastado todo el territorio hondureño en el año 1998 por el huracán “Match”, la industria bananera dejó de explotar el llamado “Campo Breck” de la Tela Railroad Company, subsidiaria de la famosa United Fruit. Había dejado de ser negocio, y simplemente levantaron sus oficinas y se fueron.
El desamparo total tomó por sorpresa a los trabajadores y sus familias, que durante años habían trabajado para “el Campo”, como suelen decirle, y en un abrir y cerrar de ojos la desocupación campeó en la zona. Así comenzó esta historia que Alicia, mi compañera, quien durante cinco años transitó conmigo los caminos centroamericanos, pudo documentar en su libro “Voluntades Unidas: Una llave para abrir la ´Prisión verde´”.[1]
Releyendo ese libro encontré estos párrafos, que transcribo porque entiendo ilustrativos de ese contexto: “El 27 de mayo del 2001, amparados tras una bandera blanca, simbolizando el espíritu pacífico que los embargaba, ingresaron al campo. Muchos integrantes del grupo faltaron a la cita. Tan sólo una tercera parte de los que habían adoptado la decisión de ocupar comparecieron. Sin embargo, no falló una minoría silenciosa pero tenaz: las mujeres. Ellas, en la palabra de muchos socios son evocadas como el respaldo moral y anímico de la organización.
‘Al campo de batalla allá llegamos sólo diecisiete. Y aparecieron las mujeres, oiga bien. Las tres mujeres que teníamos aparecieron. Las únicas tres que había, aparecieron. Fueron un ejemplo. Las que nos dieron ánimo. Fíjese que muchos hombres no tuvieron la valentía de presentarse, y eso que tenían buen lomo para …’ (Socio).
‘Nos ha servido de mucha experiencia el que esas tres mujeres estén aquí, junto con nosotros, participando de la empresa. De esa forma, si algún compañero, en algún momento se encuentra un poco debilitado, al ver que aquellas mujeres, siempre con aquel entusiasmo, (…), entonces eso nos ha servido de mucho’. (Directivo).
El período de la ocupación, que se extendió por varios meses fue unánimemente recordado como el más duro de toda la vida de la organización.
‘Fue una etapa muy dura. Porque nosotros pasamos ya no me acuerdo cuantos meses, pero pasamos bastante en aquella empacadora[2] que hay allí en la vuelta, ahí. Estuvimos zancudeando, ahí dormíamos. En el día en que nos veníamos a las casas, nos iban a dejar la comida. Nosotros hasta nos enfermamos ahí. Poníamos hamacas en la empacadora. Ahí vivíamos. Cuidábamos para que no se metieran al puesto de nosotros. Porque había bastantes que nos iban a buscar para darnos miedo, decían que nos iban a matar…’ (Socia).
Como se expone en las palabras de una de las mujeres ocupantes, existieron diferentes órdenes de dificultades. Por una parte, se encontraban los riesgos que debían afrontar en el sitio de la ocupación, las autoridades y las condiciones inhóspitas del lugar, que en las noches era dominio absoluto de los insectos transmisores de diversas enfermedades tropicales.
Por otra parte, se sentían acosados por las carencias materiales que debían afrontar sus núcleos familiares, pues debían restar tiempo de trabajo necesario para asegurar la provisión de alimentos a sus familias. Aquí se visualizó de manera clara el aporte generalmente inadvertido de las mujeres en la economía doméstica. Fue en ese período su trabajo prácticamente el único que pudo asegurar el alimento a las numerosas proles. Sin embargo, en situaciones ´normales´ ese mismo trabajo, debido a los difusos límites entre la producción y la reproducción económica en el medio rural, es considerado como ´no remunerado´ bajo la globalizante etiqueta ´tareas domésticas´, y transcurre desapercibidamente.
‘Bueno, la cuestión es que salimos adelante sufriendo, pues, aguantando momentos en que ni frijoles en la cocina había. En ese período tuve el apoyo de mi esposa, solamente’ (Directivo).
‘Fue difícil porque ¡imagínese!, pues ahí los zancudos nos fregaban, luego la alimentación era mala, porque todos ahí ocupando el lugar, mientras la familia sufría con lo de la comida.’ (Socio).
Algunos, los más necesitados, o carentes de todo apoyo adicional, no pudieron resistir ante las demandas impostergables de alimento por parte de sus familias y debieron despedirse de su sueño: ‘Cuando estábamos en la empacadora éramos más. Unos 35 o 40. Hay muchos que no aguantaron, que no pudieron, pues. Varios se fueron retirando hasta que quedamos como unos 20.’ (Socio).
‘Empezamos bastantes, pero la gente pobre no podía trabajar para mantener sus familias y entonces con los días la gente no se aguantó y se salieron por eso”. (Socia)
Sin embargo, también fue este período aquél en que se vio incrementado el sentido de pertenencia, la identidad del colectivo y por ende la cohesión grupal. Esto implicaría una gran fortaleza para los desafíos por venir.
‘Fíjese que gracias a Dios en el tiempo que estuvimos allí nos mirábamos como familia. Teníamos miedo de que otros nos atacaran de afuera. Pero en los que había ahí no. (…) Nos unimos bien. Con bastante cariño. Todos éramos pobres, nos mirábamos bien. Sí. Porque por lo menos sufrimos al principio, pero ya fuimos teniendo un poquito cada uno para ir sobreviviendo, para ir pasando[3].´’ (Una de las tres mujeres ocupantes)”.
Quiere decir que le experiencia nace de una ocupación y el triunfo fue logrado por las veintitrés familias que lograron aguantar hasta el final de esta. La cooperativa de vivienda vino después, pero lo que le dio cohesión al grupo, lo que los unió más, lo que les dio confianza en sus fuerzas, fue la ocupación.
En cuanto al modelo cooperativo, lo interesante es que le hicieron modificaciones importantes al esquema primario que yo llevaba en mi mente, que naturalmente tenía que ver con mi experiencia en Uruguay, que además era urbana.
Citaré sólo dos de estas modificaciones, que me parecen muy ilustrativas: cuando les expliqué que las familias deberían hacer aproximadamente veintiuna horas semanales de ayuda mutua, se miraron y me dijeron: “¡No, no Gustavo! Aquí nos vamos a turnar: una semana venimos once familias a la construcción de las viviendas y las otras doce siguen cuidando y trabajando en la producción, y a la semana siguiente cambiamos, y así iremos rotando. Además, trabajaremos hasta que el sol se esconde, porque tenemos que apurar antes que lleguen las lluvias.”
Y cuando les hablé de la propiedad colectiva, me dijeron que estaban totalmente de acuerdo, pero que sólo discrepaban de el tema que cuando un socio se fuera había que devolverle el llamado capital social, integrado por todo lo que aportó, en trabajo y dinero. Me fundamentaron que el que se va, se va, y que mientras estuviera gozaría de la vivienda, pero si se iba, se iba y entraría otro campesino con necesidad de vivienda.[4]
No tuve más que decirles, sino que los que decidían eran ellos y así lo hicieron, es decir adaptaron a la realidad campesina nuestro modelo, nacido a más de cinco mil quilómetros de distancia y en el medio urbano, y eso me pareció extraordinario. Hoy cuenta Voluntades Unidas con sus veintitrés viviendas, Salón Comunal con oficina de la Empresa Asociativa incluido.
La tierra rural fue ocupada, y de ahí salió la solución al trabajo primero y a la vivienda después. En realidad, hicieron justicia, luego de tantos años de vivir en ella y nunca poder usufructuarla. Hacen honor a la consigna: “¡Tierra para quien trabaja y construye!”, que es la adaptación moderna de las viejas luchas anteriores. Y me parece que esta síntesis debe analizarse a fondo, porque hace a la necesidad de comenzar a emparentar las luchas por la tierra, sea ésta urbana o rural.
Tantas veces había leído de las llamadas Repúblicas bananeras, tantas veces desde muy joven traté de informarme de la huelga bananera de 1954 que sin duda fue el hecho político que de alguna forma facilitó lo poco o mucho que exista sobre derechos laborales en ese país. Tantas veces traté a través de la lectura imaginarme los campos bananeros, la llamada “prisión verde” recordando el maravilloso libro de Amaya Amador que describe increíblemente el infierno de las bananeras.
Las lecturas mucho me ayudaron a la comprensión del fenómeno, pero nada como meterme en el enclave bananero del Departamento de Progreso.
ICADE me comentó que había un grupo de campesinos que estaban queriendo implementar una experiencia de vivienda y que podía ser bueno ver si aceptaban el modelo Cooperativo.
Hasta allí llegué, desde la carretera pavimentada hasta internarme por caminos de tierra aproximadamente 10 kilómetros. El calor húmedo me parecía insoportable, se transpira sin moverse. En el paisaje se observa, lo que queda de las instalaciones bananeras desde la ida de la Tela and Company a partir del huracán Mitch. Pocas viviendas o barracas donde habitaban los trabajadores de las bananeras y rodeado en la actualidad por grandes extensiones de cultivo de palma africana.
Al llegar al lugar, se encontraban los campesinos debajo de un techito precario, rodeado de algunas pocas casuchas construidas con cañas en estado lamentable, los servicios inexistentes.
Al comenzar a conversar con ellos me cuentan la experiencia, antes de pensar en las viviendas, pensaron en la tierra. Tierra para producir y comer de ella, así vieron la ocupación de varias hectáreas que antes eran de la Tela. No fue fácil, discutieron la táctica, para ocupar y se animaron, todos hombres y una sola compañera que se animó junto con ellos. Luego de varias presiones de la empresa o lo que quedaba de ella para que se retiraran, lograron afianzarse en la tierra. Quisieron extorsionar a los dirigentes, ofreciéndoles dinero y hasta una urgente visa para poder irse tranquilos a EE. UU. Esto se les otorgaría si levantaban la ocupación, pero resistieron y allí estábamos en estos momentos.
Ahora venía el problema de la vivienda, si no construían y se pasaban a vivir allí mismo, la tierra se perdería, además necesitaban comenzar a cultivar la misma para poder sacar sus alimentos, de las familias que ya se habían instalado en sus viviendas precarias.
Así comenzamos a discutir la planificación de la obra, ya en lote concentrado, no habría diferencia alguna con nuestro modelo, interpretaron sin problema alguno la propiedad colectiva, en ellos la tierra también sería colectiva y resistirían hasta este preciso momento ya a 10 años de lo que les cuento, jamás repartirse la tierra en parcelas.
La financiación la había conseguido ICADE a través de una gestión con Trocaire (organización de la cooperación Irlandesa). En muy buenas condiciones crediticias para la gente. El asesoramiento técnico sería de ICADE que se resumía en el trabajo de un Maestro de Obra y un promotor social que hacía las veces de permitir la integración de la obra.
Los campesinos no tenían casi ninguna experiencia en construcción, de allí que planteamos comenzar por lo que sería en el futuro el Salón Comunal de la comunidad y además terminado el mismo que oficiara de depósito de materiales. Además, y fundamentalmente permitiría aprender el oficio de la construcción en sí.
Terminado el Salón y ya conociéndonos más, cuestión que no es menor ya que para el trabajo en las comunidades debemos de tener y que nos tengan confianza, para poder plantear lo que les parezca. Esto solo se logra con ir a fondo en la autogestión y también en la democracia directa ejercida por la propia gente. Allí comenzaron a modificar algunas cuestiones que yo traía casi como elementos pétreos e inamovibles del modelo.
La ayuda mutua con x cantidad de horas por semana por familia, etc etc.
No, no Gustavo me dijeron, eso no va a caminar. Acá estuvimos pensando porque a la vez que hay que construir las viviendas también tenemos que trabajar la tierra y además debemos de terminar antes que comiencen las lluvias. Porque luego se vienen las calenturas (fiebre así llamada) y además no podremos terminar porque cuando llueve, llueve y todos los días. Hemos pensado que el 50 % trabaja en la obra y el 50% en la tierra, semana, tras semana y rotando.
Este baño de realidad no me dejó más que contestar, sí tienen razón lo haremos así.
Y así construyeron de sol a sol y sin parar hasta terminar todas las viviendas. No hay reglamento que pueda contra la fuerza de la vida misma de la gente y sus urgencias.
La ayuda mutua fue en tiempo récord, excelente y de muy buena calidad las viviendas.
Pero se venía el problema de los servicios, los cuales no existen en todo el paisaje rural de la zona.
Cuando comenzaron a trasladar a sus familias a las nuevas viviendas, la falta de agua potable y luz exterior hacía muy insegura la zona por las noches y además serios problemas de salud por la falta de agua potable. El Estado no existe para los campesinos, aislados y condenados a “vivir” como se pueda.
Así el fondo de preobra del We Effect aportó para la construcción de las tres cosas, la calle principal, el agua potable (tanque con purificador y la instalación de las columnas del alumbrado externo a las viviendas). Todo por ayuda mutua y pago al crédito del propio fondo.
Mi compañera Alicia durante los primeros 6 años de la experiencia Centroamericana, estuvo compartiendo la misma conmigo. En una de sus venidas a Montevideo, contó en un Plenario de FUCVAM, la realidad que vivían los compañeros y compañeras de Voluntades Unidas, la solidaridad de los delegados que participaron en el Plenario no se hizo esperar y juntaron 1.000 dólares para otorgarle a los compañeros.
La idea primaria era que Voluntades la usaran en lo que consideraran, pero se me ocurrió que ese dinero se podría utilizar como un pequeño fondo de socorro de la propia Voluntades en caso de atrasos de los socios en el pago de las viviendas.
Al pasar dos años de entregado el dinero, en una de mis tantas visitas, me plantean que tenían un problema que deseaban plantearme, a lo cual accedí sin problema alguno.
El tema eran los 1.000 dólares, como nadie se había atrasado en el pago de las viviendas era un capital que lo tenían inmovilizado, me plantean si lo pudieran utilizar para comprar semillas. Debo decir que me había olvidado totalmente de ese dinero y por cierto mi respuesta fue que era de ellos y podían disponer como lo entendieran mejor.
Al año de esto, recuerdo con mucho cariño que en una asamblea informan lo gastado de aquellos 1000 dólares, pero la conclusión según ellos era que gracias a ese pequeño préstamo semilla se levantó con bríos la Empresa Asociativa. No sé si realmente podremos decir que fue así, pero lo que es real es que fue una motivación importante para todas las familias.
Un nuevo oficio para el campesino.
La ayuda mutua que llevaron adelante los compañeros les permitió a muchos de ellos hacerse de un nuevo oficio, ahora varios de ellos son albañiles. No han dejado de ser por excelencia campesinos y parte de Voluntades, pero también utilizar ese saber para hacer changas cuando pueden y de esa forma sumar una entrada más a sus hogares.
Pero además el grupo en sí colaboró activamente en jornadas solidarias con otros grupos que estaban construyendo, en general siempre de zonas rurales.
Sabido es que todo cooperativista cuenta con el llamado capital social. El mismo se compone de las horas de ayuda mutua realizadas y las amortizaciones pagas del crédito de la vivienda. En caso de retirarse el socio tiene el derecho de llevarse su capital social, que el socio nuevo deberá de hacer efectivo.
Pero mi sorpresa fue que, en una de mis visitas, observo que no se encontraba un compañero del grupo. Al preguntar por él, la contestación fue que se había ido.
Inmediatamente pregunté si no había habido problemas con la liquidación del capital social. La respuesta fue, no, no nosotros entendemos muy bien eso que usted nos explicó acerca del “uso y goce” de las viviendas. Para nosotros el que se va, se va, gozó y uso mientras vivió en la comunidad, no hay nada que reintegrarle Y el que entra si la asamblea lo aprueba, no tiene nada que pagar, solo incorporarse al trabajo de todos y todas. En realidad, me dieron una nueva lección, esto sí es llevar al fondo el tema de uso y goce
Las carencias presupuestarias en Honduras para la educación son enormes, al grado que existen muy pocas escuelas rurales y ello dificulta no solamente la llegada de los niños a ella, sino que lamentablemente muchos deben dejar de ir a ella por las largas distancias.
El Salón lo tuvieron que transformar en la Escuela de sus hijos, una humilde maestra trabaja en el salón de la comunidad con todas las niñas en edad escolar.
El riesgo al que se veían sometidos los escolares hasta llegar a la escuela más cercana, los hizo tomar esta iniciativa.
Hoy la comunidad vive en sus viviendas y el ambiente que reina en ella es muy saludable, aunque el aislamiento sigue siendo un problema.
Son en la actualidad una empresa asociativa donde todos los frutos del trabajo de la tierra se comparten por igual, han avanzado sustancialmente en el emprendimiento productivo comunitario.
- la experiencia de la construcción de las viviendas demostró que efectivamente puede ser un modelo replicable para varios grupos campesinos.
- Para ello no basta con esta experiencia, hay que colocar en la plataforma de las organizaciones campesinas el tema de dar la lucha por el financiamiento para la vivienda campesina.
- El haber construido en un lote concentrado favorece la homogenización del grupo y fortalece al mismo.
- A mi juicio deberíamos promocionar mucho más esta experiencia en el seno de las organizaciones campesinas.
- Lamentablemente los compañeros están plantando Palma Africana lo que es un problema ecológico real, pero el sostener las familias y comer todos los días lleva a que otros cultivos no son rentables. De todos modos, hemos hablado ya de comenzar con la agroecología y sobre todo con un emprendimiento de mujeres de la propia Comunidad.
[1] Alicia Dambrauskas, publicación de Revisto “Autodesarrollo” Nº 6, ICADE, Tegucigalpa, julio 2005.
[2] Lugar destinado al empaque de bananas para la exportación; estas instalaciones también fueron abandonadas por la empresa bananera al retirarse y fueron utilizadas para pernoctar durante la ocupación de las tierras.
[3] Se hace referencia aquí a los logros de una etapa posterior al inicio de la ocupación, cuando comienzan a cultivar las tierras ocupadas.
[4] Éste es un problema que el modelo uruguayo aún no tiene bien resuelto. La devolución al socio que egresa de todos sus aportes, sin descontarle nada por el beneficio que obtuvo el tiempo que gozó de la vivienda, si bien es extremdamente favorable para él (por cierto, mucho más que si fuera propietario individual) está haciendo, a medida que pasa el tiempo, cada vez más difíciles los reemplazos, ya que ese dinero tiene que ser aportado por el nuevo socio y esa cantidad puede ser muy considerable.