Ubicada sobre los terrenos del ex Banco Trasatlántico en el barrio Peñarol, MESA 2 no solo tuvo que afrontar la represión castrense por organizarse en cinco cooperativas, sino que tuvo que lidiar con una constante presencia de los militares por vivir cerca del “300 Carlos”, el Batallón de Infantería n.º 13 y el Grupo Comunicaciones.
Beatriz Fonsalias recuerda el paso de unos 15 militares en tropa, con la rodilla alzada, marcando con golpes su paso y, recorriendo las calles que la misma cooperativa había construido, vociferaban “vamos a matar a un comunista, a dos, a tres”. Eso ocurría todas las mañanas, mientras los cooperativistas esperaban una de las dos líneas de ómnibus, que ellos mismos habían pedido, para ir a trabajar.
Por su parte, Winston Goyri recuerda cómo tuvieron que lidiar con las ratoneras. Por ejemplo, ilustra cómo vio a través de su ventana la sombra de un soldado con su fusil. Cuando fueron a buscar a un vecino, dirigente sindical y los militares se encerraron durante dos semanas con los cuatro niños mientras esperaban que sus padres retornaran al hogar. Winston y su compañera decidieron ir a la ratonera para que los niños no quedaran solos.
Llopart recuerda, también, que sobre el cielo nocturno el Grupo de Comunicaciones formaba una bota sobre la antena de la unidad militar con luces navideñas. La cercanía territorial de la MESA 2 con algunas de las unidades militares traía consigo algún que otro ritual de presencia territorial.
El 27 de junio de 1973 la cooperativa cumple con la resolución de Huelga General, tomada en 1964 por la Central Nacional de Trabajadores, y procedieron a ocupar el terreno de ocho hectáreas de la cooperativa. Al segundo día vinieron los militares a querer desalojar, pero la cantidad de personas, entre cooperativistas, decidieron retornar a su unidad.
A los días, el 15 de julio, vuelven cientos de militares y rodean el predio. Al costado de lo que hoy es el salón comunal ponen en fila a todos los integrantes buscando a los delegados.
“Martillaron las armas, las balas estaban en el caño, preguntando una y otra vez quienes eran los delegados. Una voz femenina les responde que los delegados somos todos y esos compañeros empiezan a responder en coro que los delegados éramos todos. Los militares se asustan e intentan disparar, pero el oficial a cargo los tranquiliza y cómo sabían quienes eran los delegados y se los llevaron presos, dos a tres días y algunos a un mes”, relata Miguel Ángel.
A partir de ahí la cooperativa tuvo constantemente problemas con las unidades que rodeaban el predio. Pero los y las cooperativistas resistieron, se imprimían volantes, ya que contaban con sus propios medios.
Los permisos para las asambleas y reuniones se tenían que hacer sí o sí en la unidad militar de Comunicaciones. “Nosotros no pedíamos permiso para las reuniones”, informa Winston. Muchos terminaban detenidos. Fue así como Miguel Ángel y Jorge Fonsalia, el padre de Beatriz, decidieron a buscar Jorge Rebollo, que había caído por las volantes dentro de la cooperativa.
“Nos sacaron calzados, y nos dijeron que teníamos que pedir audiencia con el comandante de la unidad, nos dieron audiencia el día de la intervención de la Universidad de la República y nunca más nos llamaron”, culmina Miguel Ángel.
Dentro de la cooperativa también hubo infiltrados. Los militares sabían quienes eran los delegados, entendían el funcionamiento y los propios cooperativistas comenzaron a distribuir informaciones con errores específicos para descubrir quienes eran. “El acoso militar era constante, hubo cinco ratoneras en simultáneo”, relata Beatriz.
Los y las cooperativistas se avisaban si había militares esperándolos. Unos cuantos, según informa Miguel Ángel, pudieron salvarse de la tortura militar.
El contexto
Las cinco cooperativas se conformaron a finales de 1969. Muchos eran trabajadores organizados, tanto gráficos, ferroviarios como textiles. Una de las cinco cooperativas es la excepción, se conformó en una iglesia del barrio. La personería jurídica se consiguió tres años después de conformadas las cooperativas. La construcción comenzó en 1972 y MESA 2 comenzó a ser habitada en 1974.
En dos años se lograron concretar para 381 casas. La cantidad de socios y cooperativas permitió a MESA 2, administrar su propia planta de prefabricados. Había dos turnos y los techos salían en 24 horas. Fue la planta de prefabricados más grande de Uruguay.
“Toda esta organización sale de trabajadores que buscan una solución de vivienda que solo se lograría en colectivo”, sostiene Miguel Ángel, para dar un cierre político el relato que realizan los y las cooperativistas.