La novena cooperativa de matriz textil fue construida durante la Dictadura. Para que unas 172 familias tuvieran techo, los y las trabajadoras, en su mayoría textiles, tuvieron que reunirse en las serenadas, asumir la renuncia de varios socios fundadores expulsados y aprender a identificar infiltrados.
Mientras Carlos Osorio relata el presente de la cooperativa, un mural de la Brigada Di Pascua da la bienvenida a las y los visitantes e ilustra todas las fechas clave de la historia de COVIMT 9. Todo comenzó el 8 de marzo de 1971 en el Intrépido Club Independiente, cuando un grupo de trabajadores organizados de diferentes industrias textiles decide conformar una cooperativa para tener un techo.
“También se suman de la construcción, maestros y funcionarios públicos”, detalla Osorio, quien respalda su testimonio con documentos y muestra el listado de todos los cooperativistas fundadores. Si bien él comenzó a integrar la cooperativa en 1981, la historia de la construcción de la cooperativa, que comenzó en pre-obra tres años después del golpe de Estado, la memoria vivía de los compañeros fundadores, que hoy tienen 85 y 92 años, transmitieron con bastante precisión a otras generaciones. El relato de Osorio será complementado por Freddy Díaz, hijo de Wilfredo Díaz, uno de los fundadores.
“El golpe se dio el 27 de junio de 1973, pero fue todo un proceso, al principio pensábamos que no iba a durar mucho, después cuando comenzaron a venir compañeros de otras partes nos dimos cuenta de que la Dictadura iba a durar mucho”, comenta Díaz y ese “el día a día” fue lo que llevó a que muchos trabajadores organizados de las textiles, o como su padre un jubilado judicial, no supieran “para donde agarrar”.
La personería jurídica para comenzar los trámites en el Ministerio de Hacienda, que entregaba el terreno, y el pedido de préstamo al Banco Hipotecario del Uruguay, demoraron dos años en concretarse. “Nosotros tuvimos la ventaja, aunque parezca mentira, de poder juntarnos por la cooperativa y, en esas reuniones, se hablaba de todo menos de cooperativismo, nadie pensó que la dictadura iba a durar tanto”, puntualiza Díaz.
Como el préstamo costó en llegar y ese terreno baldío de dos hectáreas fue concedido a los cooperativistas, los trabajadores organizados de las textiles aportaron su propia cuota social para comenzar con la construcción de las casas. “Cuando nos cedieron el préstamo, ese bloc del frente, ya estaba construido”, comenta Osorio sobre la solidaridad de aquellos primeros 135 cooperativistas. Y para la segunda etapa de pre obra, que inició 1979, se sumaron 40 cooperativistas y las personas en la obra pasaron a ser 175.
Durante todo el período de construcción, que empezó en 1974 y finalizó en 1983, los y las cooperativistas tuvieron que soportar muchas cosas. Tuvieron que armar listados de las personas pertenecientes a las cooperativas, aceptar la renuncia de muchos dirigentes, “personas valiosas” que fundaron la cooperativa, avisar a Jefatura cada vez que se reunían y tener que estar atentos a que entre sus propias filas no hubiera infiltrados.
Dos grupos de cooperativistas fueron rechazados por las Fuerzas Conjuntas. Una vez celebrada una Asamblea, fueron ellos que decidieron renunciar a la cooperativa para que esta lograra concretar su construcción y, aquellos socios fundadores, no volvieron a integrarla. El primero fue producto del listado que pidieron los funcionarios del régimen tras la concesión del terreno y luego, la segunda tanda de expulsados por el régimen se concretó cuando se les concedió el préstamo, en octubre de 1975.
“Antes no era como ahora, muchas veces cambiábamos el orden de los apellidos de algunos compañeros que sabíamos que lo estaban buscando para que no los rechacen”, aclara Díaz sobre las formas de resistencia que poco a poco se fueron desarrollando.
“Durante las serenadas éramos seis o siete personas el terreno y lográbamos concretar algunas reuniones, así como avisarnos si venía la policía a llevarse a algún compañero”, sostiene Osorio, para luego, junto a Díaz, relatar la historia de tres infiltraciones que hubo en la cooperativa.
Al mismo tiempo, una vez iniciada la obra y con el préstamo de Hacienda, el arquitecto del proyecto, Leonardo Pessina, tuvo que abandonar el país tras ser buscado por los funcionarios del régimen. “Teníamos también algunos compañeros presos, armamos una cooperativa de consumo con el sobrante de la obra, lo que nos permitía darles algo de comida”, informa Osorio para luego agregar que los núcleos familiares se quedaron en la cooperativa y que muchos aportaron horas extra de ayuda mutua para ayudar a las familias de presos políticos.
El Polaco, la Juventud Uruguaya de a Pie y el funcionario del Hospital Militar
Mientras algunos militantes contra el régimen, ya sea por su militancia sindical o política, iban cayendo uno a uno, la cooperativa se reunía para desempeñar las actividades o para recibir alguna información. “Por la noche teníamos a siete serenos y algunos grupos armados para tomar seguridad y así reunirnos”, asegura Osorio.
Pese a estas libertades, poco a poco fueron dándose cuenta de que la información que circulaba dentro de la cooperativa solía llegar a Jefatura o al Ministerio de Hacienda. Ya sea, de aquellos compañeros que el régimen buscaba, y la cooperativa ocultaba, cambiándoles el orden de los apellidos, o por esos mismos informantes.
Durante una asamblea, un cooperativista expreso político, relata Osorio, reconoció a uno de sus torturadores: “El Polaco”. El Consejo Directivo decide expulsarlo de la cooperativa y esa persona, actualmente funcionario de la Embajada estadounidense, decide asistir a la reunión y colocar una pistola sobre la mesa: ya sabía que lo iban a echar.
Del segundo caso, se dieron cuenta tras una gran Jornada Solidaria durante la etapa de obra a la que asistieron unas mil personas de diferentes cooperativas. Cuando realizaban ese tipo de actividades tenían que informar a la Jefatura. Una vez informada y realizada la actividad, las autoridades del régimen los vuelven a convocar a Jefatura.
Cuando los integrantes del Consejo Ejecutivo deciden asistir a la reunión, “nos encontramos con un pizarrón lleno de fotos, que nosotros sacamos, de la Jornada solidaria, donde estaban marcados los rostros de varios compañeros con un círculo”, relata Osorio.
Un día descubrieron que la persona que pasaba información era de la Juventud Uruguaya de Pie (JUP), una organización de militantes de ultraderecha cuya finalidad era exterminar a militantes disidentes del régimen, fue así como el mismo Osorio ante la sospecha se hace pasar por un militante de la JUP y el mismo informante confirma su situación.
“De todas maneras lográbamos reunirnos en clandestinidad en diferentes lugares de la obra o hacíamos reuniones en la casa de alguno de nosotros fuera la cooperativa. El espacio fue importante para nosotros”, sostiene Osorio. Y será Díaz quien concluya que la cooperativa y sus espacios colectivos significan un alivio para varios de los integrantes.
“Las cooperativas son formas de organización esencialmente popular y pobre, somos trabajadores organizados, tuvimos una guardería, por ejemplo, durante la construcción y los niños juntaban maderitas y clavitos, eso fue también, en cierto sentido, una rebelión: ellos pasaban aislados y que participaran de la obra fue romper con el aislamiento y compensar algo desde lo colectivo”, concluye Díaz.