Hoy aquella reglamentación ya no rige más, fue sustituida en 2008 por la de ese año, que subsidia a quien no pueda pagar, para que todas y todos puedan llegar a una vivienda digna (subsidio al ingreso y la permanencia). Pero, aunque la ley sigue admitiendo cooperativas de doscientos socios, el límite de los conjuntos sigue estando en cincuenta, por una razón desconocida e incompresible, y en los hechos el promedio está por debajo de treinta. La miniaturización de las cooperativas y los conjuntos, que en los setenta llegaron a tener trescientas, cuatrocientas y hasta setecientas viviendas, y hace no tanto, llegaron a seiscientas en el Barrio Veintiséis de Octubre.
¿Por qué las cooperativas son cada vez más y más chicas? ¿Esto es bueno, porque el perfume mejor viene en envase chico, o no lo es, porque por algo hoy no se llega a las potencialidades que tenían los conjuntos de la primera época?
El primer culpable de este problema son los plazos excesivamente largos -menos que en los años noventa, pero todavía muy largos- que hacen que la gente se vaya de las cooperativas, porque no puede esperar tanto, que sea difícil llenar esos cupos, y que entonces, grupos que tienen todo el trámite terminado y teóricamente estarían a pocos días de la escritura, presenten una gran cantidad de vacantes. Lo que lleva, a veces, cuando todavía se está lejos del final, a que sea grande la tentación de no llenar esos cupos y directamente reducir el número de integrantes de la cooperativa. Y aunque eso sea doblemente equivocado (porque no garantiza en absoluto que la hemorragia se detenga, y porque, dentro de ciertos límites, el aumento del número de integrantes en una cooperativa crea posibilidades y potencialidades muy importantes, antes y después de la obra.
En aquel Solidario de 2006 nos preguntábamos: ¿cuál es el número de viviendas más conveniente para una cooperativa? Pregunta que desencadena otras, todas todavía vigentes, lo mismo que también muchas de sus respuestas, por lo cual vale la pena retomar el tema.
En aquel momento contestábamos que si la cooperativa ya tiene un terreno, la respuesta depende, obviamente, de las características de éste, porque ellas imponen restricciones muy difíciles de superar, no sólo por el tamaño del terreno sino por sus “afectaciones”: altura máxima edificable; “factor de ocupación del suelo”, esto es, qué parte se puede construir y cuál debe quedar libre, según las reglamentaciones municipales, y “factor de ocupación total”, o sea, qué superficie se puede edificar (teniendo en cuenta la posibilidad de hacerlo en varios niveles) con relación a la del predio. Y además hay que tener en cuenta las condicionantes urbanísticas, que aconsejan las tipologías a emplear en función de las características del entorno, y las condiciones del subsuelo, que a veces hacen conveniente no utilizarlo todo el terreno. Pero aun considerando todos estos factores, siempre habrá que hacer la opción de si optimizar al máximo la utilización del terreno, o no.
Está también el tema del precio del terreno, que impone muchas veces sacar el máximo partido posible del mismo, para que su costo encuadre dentro de las reglamentaciones y también dentro de la economía del programa.
Además, toda obra tiene un conjunto de costos fijos, que no dependen del número de viviendas que se hagan; por ejemplo: las tasas de conexión de agua y luz y los costos fijos de las tarifas; el sueldo del capataz; los permisos de construcción; las copias de planos; en el caso de las cooperativas del interior asesoradas por institutos montevideanos, los costos de traslado de los técnicos, y otros. Esos costos fijos, divididos entre veinte, por ejemplo, dan una cantidad y divididos entre cuarenta, también por ejemplo, dan la mitad.
Y lo mismo pasa con el precio del terreno: cuantas más viviendas se hagan, ese precio se reparte entre más y por consiguiente, se reparte mejor. ¿Qué ventaja tiene eso? Que como a la cooperativa se le otorga una cantidad fija por vivienda, que depende de la tipología de dormitorios correspondiente y no del número de viviendas que vaya a hacer, haciendo más viviendas hay un ahorro en los costos fijos.
Igualmente, en los costos de construcción hay una influencia importante de la economía de escala: desde que se va a obtener mejor precio si se compran cuarenta puertas que si se compran veinte, hasta que en cuarenta viviendas se pueden amortizar equipos como la hormigonera, el equipo de soldadura, chapones para encofrado, un tractorcito o cosas de ese tipo, que con muchas menos viviendas serían muy onerosos y que permiten hacer grandes economías en la obra y sufrir menos.
Las razones económicas no terminan ahuí, sin embargo. También hay otro tipo de potencialidades que da el número: porque en una cooperativa más grande va a haber gente de diferentes oficios y capacidades; porque va a ser más fácil cubrir las tareas, día a día; porque se podrá formar equipos que se especialicen en cada actividad. No es que el mayor número permita distribuir mejor la ayuda mutua en cuanto a la cantidad (porque también va a ser necesario más trabajo para hacer las viviendas, que van a ser más) pero sí en cuanto a la calidad, porque habrá más diversidad.
Pero esta cuestión no es sólo un problema de números y de economía. También hay importantes razones sociales para pensar que un grupo mayor es más fuerte y por consiguiente mejor: porque en una cooperativa demasiado chica, tarde o temprano va a ser dificultosa hasta la rotación de los compañeros en las principales comisiones, porque la cooperativa “se les va a acabar enseguida”.
Todos los logros sociales del movimiento: las guarderías, las actividades de jóvenes y niños, las policlínicas, las bibliotecas, la conquista de servicios para la cooperativa y el barrio, han sido el resultado de grupos fuertes y convencidos, y para eso también el número es importante. Y este argumento es más relevante para el interior, y en especial para localidades pequeñas, porque en Montevideo u otras ciudades donde hay muchas cooperativas, a veces el número puede hacerse juntando varios grupos; pero donde hay pocas, la propia cooperativa debe ser suficientemente fuerte.
Pero además, otra razón social, fundamental, porque la solidaridad es la base del Movimiento, es tratar de que las soluciones lleguen a la mayor cantidad de familias posible, aunque eso pueda crear momentáneamente algunas dificultades. Es claro que también una cooperativa muy grande, aún con todas las ventajas económicas señaladas, tiene también problemas, porque se dificulta la organización y la participación, que son claves del buen funcionamiento de los grupos, y a eso hay que buscar soluciones. Pero sin sacrificar la fuerza que dan los colectivos más grandes.