UNA COCINA DE RESISTENCIA
Una parte de lo que fue la Cárcel Cabildo, un centro de reclusión de presas políticas y sociales en Dictadura, fue declarada Sitio de Memoria
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Foto: Equipo Comunicación de FUCVAM

La reclusión política tuvo lugar entre 1968 y 1977. La gestión estaba en manos de la Congregación del Buen Pastor hasta que el 8 de marzo de 1970 parte de las mujeres presas políticas se fugaron. Tras una segunda fuga, en julio de 1971, conocida como “Operación Estrella”, las medidas de aislamiento recrudecen incorporando policías femeninas desplazando a las monjas. La Cárcel Cabildo continuó siendo una cárcel para presas sociales hasta septiembre de 2011.

Cuando finalmente el predio para instalar un Sitio de Memoria fue concedido, tras dos años de espera, era imposible ingresar al edificio. Y para instalar una puerta directa al Sitio, se abrió un boquete a través de la cocina. 

En julio de 2017 se regularon los Sitios de Memoria a nivel nacional, en 2019 Cabildo fue declarado sitio de memoria, al predio lo entregaron en 2022. Hubo que hacer refracciones desde la puerta de ingreso hasta el acondicionamiento del sitio. 

Al principio al Sitio de Memoria se entraba por las calles Cabildo y Nicaragua, pero el vínculo con los funcionarios se crispó. Al otro lado del muro, donde está el patio interno, una pared divide las instalaciones del Sitio de Memoria con las oficinas de la actual Dirección Nacional del Liberado y el vínculo está tapado por un muro de hormigón. 

“Obtener el predio tuvo sus resistencias, no entendieron que el predio no lo queríamos para nosotras, sino que pensábamos en la Historia, en las recorridas y tal vez, ofrecer un espacio de reuniones para el barrio”, explica la integrante del grupo de expresas políticas Stella Saravia, quien cayó a sus 20 años, e integrante de expresas políticas que integran el proyecto, para luego comentar que incluso para el establecimiento de Sitio de Memoria tuvieron problemas.

Entre 1968 y 1977 habitaron la Cárcel Cabildo unas 200 presas mujeres, de entre 20 y 30 años. “La mayoría no llegábamos a 30, éramos unas chiquilinas”, contesta Stella. Algunas cayeron embarazadas: “dos niños nacieron acá”.  Hasta la primera fuga, la custodia estaba en manos de las monjas. Las obligaban a bañarse vestidas, pero empujadas por la idea de fugarse, las presas sugirieron participar de los coros de las iglesias.

Es así como se dio la primera fuga: “las compañeras se fueron olímpicamente por las calles” a través de la Iglesia del Buen Pastor. Las fugas invitaron a los guardianes del autoritarismo, a reforzar medidas alrededor de la cárcel de mujeres, cercando el barrio para que los vecinos no propiciaran la posibilidad de una fuga. Tras efectivizarse la primera, se separaron las presas sociales de las políticas. Y seis años después de la segunda, y como última medida, el régimen decidió centralizar a todas las presas en Punta de Rieles. 

“Hay un problema de género en todo esto, al principio nos subestimaron, después, con la primera fuga, las monjas dejaron de ser guardianas de la cárcel y fueron apoyadas por funcionarias policiales, después de la segunda fuga de 38 presas por la cloaca, teníamos a Víctor Castiglione, el director de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia e integrante del Escuadrón de la Muerte, vigilándonos por la azotea”, relata. 

Pero el punto es que “los vínculos entre las presas fue más comunitario”. En la cocina, por ejemplo, esa tarea “castigo” era un alivio no solo porque en el medio de la desidia, el aislamiento y el abandono que hace sentir una cárcel “laberíntica” hasta con sus paredes, sino porque representaba “un espacio en dónde hablar con tu compañera”. La puerta de ingreso a este sitio de memoria es un boquete en la cocina. 

Un laberinto borroso sin heroínas

Una niña no podría abrir los brazos atravesando el pasillo de ingreso. Una persona adulta menos. A la izquierda hay una fila con tres celdas de dos metros por tres. Había allí cuatro personas. 

Las tres ventanas que antes eran rectangulares ahora son de arco y apuntan, como siempre, al patio interno más grande. La mitad del patio más grande, mejor dicho, era el doble de lo que hoy queda. Al principio las ex-presas políticas no pudieron reconocerlo, pero al ver la farola a la mitad del muro divisorio, comprendieron que el patio había sido dividido. La entrada quedaba por Cabildo, pero después de la primera fuga la entrada se instala por Acevedo Díaz. El único periodo en el que hubo presas políticas y sociales fue el primero. 

Al otro costado del pasillo está el salón común, de unos tres metros por cuatro. O, al menos, lo fue hasta 1971, cuando era un comedor para el uso diario de las 200 personas que pasaron por cualquiera de los tres períodos de la cárcel. Del otro lado hay otro respiradero como el patio de las celdas, pero este, el chico, tiene la luz grisácea incluso estando allí. 

Siguiendo el pasillo hacia el fondo, hay dos celdas con las puertas originales: de hierro con una abertura enrejada de unos veinte centímetros cuadrados. Esas  celdas no tienen ventana. Al otro lado del muro divisorio, con las dependencias de la iglesia y la DINALI, estaba la celda más grande, ventilada y con mejor iluminación. Allí iban a parar, por criterio de las recluidas, las mujeres con infancias. Una de las mujeres parió con ayuda de un preso en Institutos Penales y otra en el Hospital Militar, luego de 1971, las presas comenzaron a contar con asistencia médica. 

Militantes del Movimiento de Liberación Nacional, en un principio, otras de OPR 33 y Faro. En el segundo período, a partir de 1971, empezaron a caer de la Fuerza Revolucionaria de los trabajadores, y a partir del tercer período, que inicia en 1974, comenzaron a caer del Partido Comunista del Uruguay (PCU), enumera Stella mientras una bandada de mosquitos la rodeaba en el grisáceo patio chico. 

Y, después, más al fondo, el tercer cuarto de la hilera del principio. La sala de visitas, donde las mujeres recibían a sus infancias y dictaban talleres para las recluidas. Un lugar que se negoció con la predisposición a tener un espacio común para reuniones y ocio. Donde las infancias dibujaban y las presas cocían. Donde se leía y se escribía. 

“En lo colectivo, la anécdota sale. La vida en colectivo te da una fortaleza como unidad, creo que fue eso lo que nos salvó. Estamos todas bien, estamos viejas, sí, pero no nos andamos peleando. Algunas retomamos estudios, otras se recibieron”, explica sobre sus estrategias de cuidado: “los operativos, las fugas, las resistencias, las horas de patio ganadas, fueron espontáneas, sin jerarquías. Yo creo que es eso”, queda meditando Stella mientras explica ahí estaba Olga Salgado, una de las presas que fue madre en el Hospital Militar. 

El cuidado

Un niño, ahora adulto, contó que cuando estuvo encerrado en Cabildo miraba las ventanas del penitenciario y le daba del miedo que su cabeza quedara trancada. La mayoría de las jóvenes decidieron no tener crianzas a cargo. Proyectaron ese deseo hacia los años democráticos.

Olga cayó a sus 21 años. Darío es su hijo. Allí está en el interior del tercer cuarto, en la foto de un encuentro en 2011. “El lugar es esto. Esta de acá soy yo, tengo 48 en esa foto”, señala mientras relata una anécdota que se sabe de memoria. “Me encargaba especialmente de él, como te podrás imaginar, en las decisiones colectivas estaba en discusión el cuidado del bebe y eso favoreció la crianza, no sé si fue criarlo entre todas, pienso sí que los criterios de la mejor crianza siempre fue un tema de debate”, reflexiona Olga.

Las mujeres destinaban parte de sus horas libres para que las madres pudieran amamantar al aire libre, había una nurse, Ana María, justo ese 2 de junio de 1975. “A ella le daban pelota” las funcionarias y fue a quien le pidió que contabilizará las contracciones: “quería estar lo menos posible en el hospital, sola, con estos tratos y sola”.

Apenas le dieron el alta y retornó a Cabildo con su hijo. Para ella representó un alivio: “acá había una cercanía afectiva al menos, vos imaginate que yo estaba de preparto y un milico me preguntó” ¿a vos qué te pasa?“, estoy pariendo le contesté, desde el punto de vista técnico nada que decir, desde el punto de vista humano una frialdad, no me dejaron ver a ningún familiar”. 

Estuvo presa todo el embarazo, cayó en septiembre del 74. Se enteró de que estaba embarazada durante un interrogatorio. Estuvo dos años y medio recluida hasta que la liberaron. Y antes de despedirse dijo: “nos dimos cuenta de que el patio estaba partido por lo de la farola del medio”, para complementar, nomás, el relato de Stella. 

 

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