“DEMOSTRAMOS CON EL PLAN PILOTO”
Gustavo González publica libro sobre la experiencia de exportar el modelo uruguayo de cooperativismo de vivienda por ayuda mutua por Centroamérica, África y Asia
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Foto: Gustavo Castagnello

Con la intención de demostrar la efectividad del cooperativismo de vivienda por ayuda mutua, el ex Secretario General de FUCVAM, Gustavo González, fue contratado por el Centro Cooperativo Sueco, WeEffect para “exportar” el modelo uruguayo. Tras vivir esta experiencia durante catorce años, decide publicar un libro con sus anotaciones de viaje.

Los campesinos tienen un vínculo más estrecho con la tierra. Los fenómenos climáticos, que abundan, les hacen concebir su hogar como un refugio de terremotos y su patio, más que un liso y llano espacio donde habita es un lugar donde se puede sembrar comida. La vida se vuelve más del día a día y la proyección de una cooperativa de vivienda resulta ser, a fin de cuentas, un refugio.

Así lo expresa el ex Secretario General de la Federación Uruguaya de Cooperativas de Vivienda por Ayuda Mutua (FUCVAM) y recientemente senador electo por el Frente Amplio (FA), Gustavo González, quien viajó durante catorce años por Centroamérica, África y Asia con la intención de trasladar el modelo uruguayo de cooperativismo de vivienda por ayuda mutua a países como Guatemala, Bolivia, Paraguay, Nicaragua, Honduras, Costa Rica, Filipinas, Sri Lanka, Zambia y Malawi.

Basándose en sus apuntes de viaje, plasmó la experiencia bajo el título “Con la mochila de la esperanza por los caminos del mundo”, que retrata un viaje inmerso en una contradicción de vivir una realidad propia pero ajena y, a veces, cercana. Esa experiencia de catorce años lo lleva a pensar en publicar otra síntesis científica. Además del registro que realizó tras documentar su viaje que comenzó en 2003 y culminó en 2017.

Este emprendimiento, fue parte del plan estratégico del Centro Cooperativo Sueco, que hoy se conoce como We Effect, y esta gran aventura convirtió a González en un viajero que hoy nos ilustra a partir de sus anotaciones. La vida de las poblaciones rurales de América Latina y las concepciones distintas de tierras, familia y comunidad, le dejaron lecciones para volcar en su vida política. El 11 de diciembre presentó su libro donde recoge estas experiencias.

Las realidades que “palpó”, según afirma en diálogo con El Solidario, lo llevaron a concebirse como “radical”. Pero no de la forma que se suele utilizar ese adjetivo en Uruguay: ver a las mismas clases de explotaciones en Centroamérica reproducirse en África y observar cómo la extrema pobreza va ganando terreno en el mundo, incluso en su propio país, simplemente lo llevó a volverse más determinante, “porque la pobreza es estructural y extrema”.

Si camina por la calle le gritan “vamo’ arriba la FUCVAM”, el responde el saludo, mientras intenta convencerse de que en el fondo no hay que comerse el personaje. Al tercer saludo, la cosa se pone difícil.

Aunque a veces es demasiado determinante en sus declaraciones que le dan un poco pasto a las fieras, González no es solo el recorte de ZIN TV que pone cara de sorprendido ante la falta de respeto, también es el que pasa largas horas dedicadas a la lectura y a aggiornarse acerca de la realidad circundante.

La experiencia en Centroamérica y África lo volvió, confiesa, más radical, más intolerante a las diferencias. Aun así porta esa clase de tolerancia que caracteriza a todo cooperativista uruguayo, aquel que logró construir un barrio con sus propias manos y porta, también,  ese orgullo característico de construir una comunidad más allá de la propia frontera.

Tanto en la primera parte, que habla de Centroamérica, como en la segunda los datos son concretos, pero se diferencian en la estructuración. Reflexionas sobre Honduras, principalmente, luego el Salvador, Guatemala, Nicaragua, México alguna expresión muy puntual en Bolivia, sin mencionar fechas y en la segunda sí, ¿por qué?

Soy un documentalista y documento. No soy ningún gran escritor. Siempre sentí la necesidad de contar la historia que uno pudo vivir. No quiere decir que sea la mejor o la peor, pero sí, la que uno pudo vivir. Y ser fiel a ella. Entonces esto, el viajar, el tener la suerte de viajar no como turista, es extraordinario. Nunca lo imaginé.

Sí, la experiencia que contas no es la de un viajante turístico, sino una experiencia que te constituyó como viajero.

Sí, fui a meterme con la gente. O sea, una cosa es que tú puedas... Vos, como turista, tener conocimientos de que hay determinadas comidas, de que la gente se viste de determinada manera, sabes que el fenómeno es así, pero otra cosa es compartirlo y vivirlo. Eso me ayudó muchísimo. Claro, ¿qué pasa? Transferir la experiencia internacionalista es difícil, muy difícil. Aunque quiera contar lo que hicimos en Guatemala, para que lo palpes tal como fue, es completamente complejo.

Durante los viajes tomabas apuntes.

Sí claro. Y me faltaron países. Lo digo en el libro, hay varios países que me quedaron atrás pensando en un nuevo libro más adelante.

¿Cuál era el objetivo del viaje?

Surge a partir de un plan estratégico del Centro Cooperativo Sueco (el WeEffect), que mantenía relaciones con FUCVAM, y a impulso de su director Armando Costa Pintos, a partir de sus inquietudes para con América Latina. En ese momento, yo era Secretario General, por fines de la década de los 90. Me dice que tiene interés en exportar el modelo cooperativo a países distintos. Ellos allá también tienen cooperativismo de vivienda. Los suecos tienen dos grandes federaciones de cooperativas de vivienda que siempre estuvieron interesadas en el modelo uruguayo. Pero se tenían que adaptar las realidades. Para eso me contrataron. Hablé con los compañeros de la dirección de FUCVAM, en ese tiempo trabajaba en una fábrica. Todos me dijeron, “vamo’ arriba”, “dale para adelante”, porque exportar el modelo nos va a servir, en el buen sentido de la palabra.

Empecé por Paraguay, en los dos mil me cambiaron para Bolivia. En 2003, me dicen que me radique en Centroamérica. Lo hicimos con mi compañera, mis hijos en ese momento ya eran mayores, y ya estaban en la Universidad. Ellos se quedaron aquí y partí para Centroamérica con mi compañera Alicia.

¿Cuándo se cambió el destino y la forma de viaje, cambió el objetivo?

El objetivo primario del Centro Cooperativo Sueco era demostrar que se podía adaptar el modelo uruguayo. Tras hacerlo en un país tan distinto como Paraguay, se dieron cuenta de que el modelo uruguayo funcionaba y lo intentamos en El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua, Costa Rica. Y lo logramos con los planes piloto, similares a una experiencia que la Intendencia de Montevideo estaba desarrollando en Montevideo. La idea era generar fuerza en cada país, generar federaciones. ¿Por qué? Porque sin organizaciones que luchen por los instrumentos políticos, no hay posibilidad de desarrollo en ningún país.

FUCVAM se construyó así en base a lo que las cooperativas fueron pidiendo. Repliqué el mismo modelo de FUCVAM. Necesitábamos formar un equipo técnico, que asesorara a los grupos. Después, teníamos que armar los grupos, y luego de eso, formar la organización de segundo grado, o sea, una Federación.

¿Se logró conformar alguna federación?

Sí, claro. Sí, claro, tenemos federación en... El Salvador. El Grupo Articulador en Bolivia, la Central de Cooperativas en Paraguay. En Nicaragua, la Central de Cooperativas de Vivienda.

En Guatemala, una Mesa Coordinadora. Y en Honduras, una Mesa que va camino a ser una federación de cooperativas.

¿Cuál fue el conflicto más grande que afrontaron?

Justo esa pelea se nos estaba dando cuando el neoliberalismo avanzaba en América Latina. Entonces las financiaciones estatales se nos destruyen. Hoy esos países todos tienen cooperativas de vivienda y tienen organizaciones que luchan con miles de esfuerzos y sacrificios. ¿Para qué? Para conquistar la financiación estatal y los mecanismos. Las tierras y sus marcos legales. En Honduras, es donde se avanzó más porque la financiación estatal estuvo. En El Salvador, también.

Claro, ahora entiendo porque los relatos van cambiando.

Claro, primero voy para Nicaragua y de repente a la semana tenía que ir por Honduras. Me iban llamando la atención algunas cosas, alguna anécdota. Al otro mes así, en Guatemala, a la otra semana en El Salvador y al otro Costa Rica. De repente pasaron cuatro meses y no escribí nada.

La segunda parte sí es más un día a día, ahí ya había agarrado el formato diario. Por ejemplo, los registros en África y Asia, fueron diarios. Ahí jugó un poco más el afecto, fueron los más comentados. Porque África es una realidad que la monitoreamos desde la lejanía. Fuimos a ver si se había podido y, efectivamente, hubo un gran trabajo de los filipinos y de los africanos.

¿Cuáles fueron las herramientas que utilizaron?

Bueno, muchísimas herramientas de educación popular para los talleres. Hubo técnicos muy comprometidos, salvadoreños, gente que me ayudó mucho en la región. Porque ellos, después del cuarto o quinto año compartido, comenzaron a salir conmigo a los recorridos mensuales. Luego tuvieron mucho que ver las pasantías, desde acá enviaban compañeros, y también venían a Uruguay. Cuando mostraban las fotos de nuestras viviendas, se sorprendían, nos decían que era imposible, que ahí vivía la gente rica. Por lo que implica para esos países, y me decían que lo que mostraba no era una realidad, sino un sueño. Pero bueno, si te pones a pensar, los humildes pueden juntarse y construir, ¿no? ¿Qué nos cargaba las pilas? La realidad de los trabajadores en Uruguay. La gente de las pasantías contaba todo lo que estaba pasando en el Uruguay y tampoco lo creían.

“Los cooperativistas uruguayos suelen ser demasiado honestos”, se lo escuché decir a una arquitecta peruana.

Sí, sí. Y nos autoflagelamos. No sé si tiene que ver con el tango, esto de la melancolía, pero somos así. Cuando vinieron los cooperativistas de afuera, no podían creer que cooperativas así, fueran de sindicatos de trabajadores uruguayos. Benjamín Nahoum, también iba mucho, lo llevé a varios países para adecuar la normativa de la construcción a las cooperativas. El movimiento fue quedando fijado. Pienso escribir otro libro, más científico, este es un libro de anécdotas.

¿Cuál de las dos experiencias fue la que te impactó más?

Centroamérica me impactó.

¿Más que África?

África te pega muy fuerte. Pero no tengo una visión catastrofista, a mí me atendían cantando en las asambleas, es una de las cosas que más revindico. Que bailaban y cantaban, la pobreza es terrible sí, pero el ánimo de esa gente me pareció fuera de serie.

¿Esa alegría no se reproducía tanto en Centroamérica?

No, no, no. Es otra cosa, no tiene nada que ver con África. No, así de fácil no. Esa es la concepción de los campesinos hondureños y te voy a decir algo, en FUCVAM hubo anarquistas, de los más ortodoxos, corridos por la Dictadura. Ellos discreparon con la herencia, por ejemplo. Allá en Centroamérica cuando se lo comente a los campesinos, ellos estaban de acuerdo, dijeron sí, sí… y siguieron de largo. Los de Voluntades Unidas es una experiencia, fantástica, siempre digo que son socialistas. Ellos siempre en Asamblea decían eso que una vez que se iba la persona, la casa quedaba para el colectivo, ellos dijeron: “eso es el uso y goce… mientras vivimos, como usted nos explicó”. 

En las anotaciones se advierte también que son más pragmáticos y concretos.

Si eso fue otro aprendizaje de Centroamérica, que es una de las regiones más ruralizadas de América Latina y en África también, que vos hablabas de vivienda de propiedad colectiva y de ayuda mutua, y ellos esos dos conceptos, más o menos, ya los tenían. También en que la tierra no solo era una porción donde vivir, sino que sí o sí estaba vinculada a una productividad. A lo que se produce en comunidad. Ellos tienen un gran amor por la tierra, esa es la idiosincrasia campesina.

Trabajaba con muchísima gente, incluso en cooperativas urbanas. Pero habían venido del interior, pero del profundo. Los campesinos plantaban. Y eso era muy común, ver a la gente con su sombrero, su facón enorme, que no era así el nombre, ahora no lo recuerdo.

Entonces, en los lugares en lo que estuviste, ¿la ruralidad era lo más común?

Bueno, en Guatemala el fenómeno indígena está muy ligado al campo, también. Nos basamos en su concepción de la tierra, porque en ese sentido, ningún modelo se puede trasplantar mecánicamente.

Antes de ir había leído mucho sobre la Revolución Sandinista en Nicaragua, había leído sobre la insurgencia del pueblo salvadoreño, me obligué a leer historia y la verdadera, para entender más a esos pueblos y entender un poco su cultura. Nuestro país es muy distinto. El libro de mi compañera se llama “Mesoamérica no apta para cardíacos”. Es cierto, porque hay problemas de pobreza y muchos problemas de salud mental. Vos vivís en terremotos, lluvias tropicales, huracanes, maremotos y demás fenómenos extremos. La vida se vive distinto. Estaba en El Salvador, y un día tiembla la tierra. Si eres cristiano te encomiendas a dios; el ateo al destino. Esa convivencia con la tierra te forja, te da vuelta la cabeza.

Es muy difícil que los pobres centroamericanos, los más humildes, los sectores de los laburantes, proyecten a muchos años. Porque la vida y sus urgencias es lo de todos los días. En el Salvador y en Nicaragua, eran hermanos o parientes de los muertos en la guerra.  Y también muertos por catástrofes naturales. La tipología de la vivienda era distinta, eran de techo liviano. Para ellos, la concepción de la vivienda es diferente a la nuestra.

¿En qué sentido?

El calor, por ejemplo, te hace vivir afuera de la casa. El calor es muy intenso, entonces la vivienda más que habitacional, es solo para dormir. Lo más importante es el corredor y el afuera, el tener un árbol. Sostienen mucho más la forma de la vivienda en espacios abiertos.

Ellos me hablaban, y no entendía nada, porque la vivienda debe tener corredores. Y les pregunté, ¿qué corredor? Corredor es la parte de adelante que tiene un techito y ahí pones la Hamaca paraguaya, Y ahí, bueno, ahí te corre el fresquito, podés estar afuera.

¿La ayuda mutua tampoco representó algo complicado de transmitir?

La ayuda mutua fue mucho más fácil de transmitir, que la propiedad colectiva. El problema lo teníamos con el clima y la ayuda mutua, por ejemplo. En El Salvador, en una zona como La Libertad todo estaba muy caliente, y bueno, a la tarde no se podía trabajar. Empezaba todo muy temprano, sino la gente se desmayaba, era todo muy intenso. Te liquidaba. La presencia femenina era muy significativa, había mucha mujer. Y superexplotadas, en Centroamérica y en África. Es terrible.

Hoy en Uruguay el porcentaje es similar, pero allá era muy grande la brecha de género.

¿La mayoría de los hogares en ese momento ya eran monoparentales?

No, por la división de tareas. Los campesinos se iban a trabajar, se iban a plantar a la montaña.  Y ellas se quedaban construyendo, cuidando el cultivo familiar y con todas las tareas de las casas: desde el alimento de las gallinas al cuidado de los niños y hasta el lavado de la casa. Todo. En la media hora del trabajo del campesino en la montaña ellas subían para llevarles tortillas. Hay experiencias muy disimiles y distintas, hay cooperativas más o menos organizadas. Pero las cooperativas cuadraban, en esos países, salvo Nicaragua, los demás son muy inseguros entonces las cooperativas tenían una barra en la que prendió.

¿Ya estaba instalada la comunidad?

Los campesinos conocían al vecino, a los hijos del vecino. En un barrio tradicional de allá, las madres de las pandillas se conocían. En la cooperativa también todo el mundo se conocía y había seguridad para los hijos de los vecinos. Desarrollaban huertos. Además de la vivienda, desarrollaron otra cantidad de cosas que nosotros no. Nosotros nos quedamos en el tema de la vivienda.

Según tus anotaciones, las comunidades se desarrollaron en territorios donde no había mucha movilidad ni conexión con las ciudades.

Por supuesto. Salvo en el centro histórico. Pero después en la periferia, la mayoría de los países sí. Tenemos un collar de cooperativas en el sur de Honduras.

En África esto que estableces del vínculo con la tierra también vuelve la convivencia con el hábitat, algo más ecosistémico. ¿Después de notar esto trasladaste algo de esta experiencia a Uruguay?

El que diga que solo fue a dar te miente. Aprendí mucho, muchísimo. No solamente de la vivienda sino de la vida misma. Aprendes a minimizar en tu país cosas que antes te escandalizaban y maximizas otras. Porque la misera allá golpea de forma estructural y masiva. Acá hay zonas en donde vivir es terrible. Pero la pobreza se reproduce en niveles que solo llegué a ver allá. Los barrios humildes de Filipinas son escandalosos, masivos, una insanidad brutal. Igual que en Zambia. Terribles edificios en una zona rosa y del otro lado, casas de nylon. No vamos a creer que en África son todo leones y palmeras ¿no? No, no. Hay de todo. Yo trabajaba con las comunidades. Porque el hacinamiento es puro y brutal, brutal, brutal.

Esos países son, además, muy ricos en recursos naturales ¿no?

Absolutamente. En Zambia, por ejemplo, si bien tiene parlamento nacional y gobierno elegido, cuando llego allá te das cuenta de que el que manda es el cacique de la tribu. Acá la tribu es inexistente.

¿Y eso facilitó, por ejemplo, la concepción de una comunidad?

Si el cacique te aceptaba, podías trabajar. Si no te acepta, no podías trabajar. Si vos no convences al cacique, te tienes que ir. No te acepta la comunidad. Cacique es la palabra máxima en la comunidad, ¿no? Y hay mucha corrupción de muchos caciques también, muchas de los jefes. Vienen las mineras y les ofrecen otra vida. Y le dicen a la gente, acá en esta zona pueden venir determinados espíritus, nos tenemos que ir. Pero hay gente muy bien.

Pero, insisto, son experiencias diferentes. Nosotros en Centroamérica lo hicimos todo desde cero. En África les dimos material, para un desarrollo posterior.

Los filipinos vinieron a Uruguay y los africanos también. Los africanos quedaron muy descreídos cuando vinieron a Uruguay. No porque los hayan atendido mal, sino porque decían: “esto para nosotros es imposible”. A estas viviendas, no vamos a llegar. Entonces, ahí se me ocurrió mandarlos a Paraguay.

Lo de África es un diario. Es lo más resumido que pudimos hacer. Contando más toda esa experiencia. Inagotable. Muy rica. Si hubiese tenido diez años menos, me hubiera quedado en África.  Me pasó un incidente apasionante. Absolutamente indescifrable para Occidente. Te matan a mentiras acá y en Europa. Para entender África, no sé… tienes que estar años allá. Años.

En Malawi, por ejemplo, el primer día que llegué: llego al aeropuerto, me van a buscar en un auto y me voy. Me llevan a Monterrey. Veo, cuando íbamos en el trayecto, en determinado momento, una cantidad de gente con antorchas. Vamos a las calles. Y yo decía, hoy va a haber una fiesta. Y cuando consulto al conductor que era, me dice que no hay luz. O sea, en toda esa zona no había energía eléctrica. Una cosa impensable.

Sostuviste que a nivel personal y político te volviste más “radical” ¿qué quisiste decir con este adjetivo?

Primero, entendí que hay muchos versos en el mundo. Muchos, muchos, muchos versos. De izquierda y de derecha. Hay cosas muy buenas, pero también mucho verso. Cuando ves la realidad la realidad es mucho más dura. Te das cuenta de que una minoría del mundo domina al resto de una manera salvaje. Por ejemplo, los campesinos de Honduras me decían que tenían que terminar sus casas antes de que vengan las lluvias, porque si no viene la “calentura”, que es la fiebre amarrilla. Se mueren y eso para ellos es normal. La miseria se normaliza. Y el tema de la religión mezclada, es terrible.

En América Latina tenemos la Teología de la Liberación, con curas que se jugaron la vida. Esa parte es maravillosa. Y hay que rescatarlo, pero por el otro lado, la religión genera mucha resignación, si tu hijo se muere es porque Dios lo quiso, eso hace que vivamos en negación.

En Centroamérica se sorprendían de que yo no rezara, muchas Asambleas comenzaban con la oración, que no es el Padrenuestro, pero teníamos que agradecerle a un Señor por la salud que llegó, por la comida. Y bueno, se agradece, porque para ellos eso es muy normal.

Y hay mucho machismo que genera eso. En las zonas cafetaleras de Honduras, un día se me acercan dos señoras muy cómicas. Estábamos en una plaza y estábamos hablando, y pasa un muchacho bonito, un tipo pintón ¿viste? Y una le dice a la otra: “¡Ay, si ese me hubiese robado!”. Me sorprendí y les pregunté ¿robado? ¿cómo si me hubiera robado? Ahí me responden: “si, si me hubiesen robado como me robó mi esposo”. Era literal. Cuando un muchacho las quería, se las robaba al padre.

 “Con la mochila de la esperanza por los caminos del mundo” ¿por qué elegiste ese título? Porque la esperanza se contrapone a la realidad que estas describiendo.

Porque es contrario a la resignación. Tenes que creer en lo que estás haciendo y saber que se puede resolver. A veces, me sentaba en el medio de una montaña y me preguntaba ¿qué estoy haciendo acá?, ¿por dónde arranco? Sin esperanza, sin saber que se puede, no convencés a nadie, ni a vos mismo. Era todo, chaca, chaca, chaca. Entonces, barro y barro. Vi a señoras llorar porque nunca habían visto a un blanco pelear por derechos de los negros, o vi emocionarse a unos cuantos porque en Uruguay también se tocaba el tamboril.

En tu nuevo rol como senador electo, suplente, pero compartiendo banca con Civila (Gonzalo), comentaste que te interesaba desarrollar el internacionalismo ¿por qué?

Me obligó la experiencia. Siempre tuve razones políticas y mi convicción principal es la importancia del internacionalismo. Esta experiencia me nutrió mucho. Tuve que estudiar mucho los países, su política, su economía, su desarrollo productivo, porque si no, no podía trabajar. No podés integrarte a un pueblo que no conoces.

Uruguay es un país que vivió uno de los genocidios más grandes de América Latina. Antes en la escuela nos dictaban que los indígenas eran salvajes, bueno los salvajes somos humanos. A los charrúas los mataron porque había que matarlos. Eso no sucedió solo acá, pero en otros países la masividad indígena permitió que continuaran existiendo. Los pocos sobrevivientes se transformaron, dejaron su ropa y sus ritos, o los mataban. Nosotros vivimos de espalda a todo eso, nos enseñaron más sobre Francia que sobre el continente. Nos enseñaron a despreciar América Latina. Un gran aporte de la izquierda uruguaya ha sido cambiar eso, sentirnos latinoamericanos.

¿Por qué elegir la palabra radical cuando tantas controversias genera?

Sí, mi orientación fue bastante radical. Pero no en el sentido que la derecha le da a la palabra. Pero siempre tuve una orientación bastante radical, en el buen sentido de la palabra.

Gonzalo Civila en Brecha, sostuvo que no estamos en un momento de cambios módicos. La conformación de un tercer bloque dentro del FA es tu línea la que, y se conformó por diferenciarse en el plebiscito de la Seguridad Social y con eso, se jugaban no solo a la posibilidad de perder votos, sino de ser los culpables de “distraer en las elecciones” ¿Qué proyectos o ideas podrían aparecer en el Parlamento bajo esta línea?

La batalla cultural hay que darla. La ideológica al menos. Es una lucha interna. Vamos a hacer pesar nuestras ideas, con la intención de transformar la realidad conmoviendo estructuras. No me imagino votando leyes que no compartamos. Ni mis compañeros, ni yo. En el Parlamento intentaré hacer lo mismo: ser consecuente con lo que uno piensa. Eso no significa que no tenga que negociar algunas cosas. Pero negociar no significa bajar los principios fundamentales ¿no? Creo que eso generará una tensión permanente en el FA.