Los centros históricos de la gran mayoría de las ciudades de nuestro continente se han convertido en los últimos veinte años en un apetitoso manjar para la industria turística, fundamentalmente por su alto valor arquitectónico y patrimonial, que hace que se reciclen los edificios añejos, transformándolos en hoteles, locales musicales y comercios de distintos rubros de atención al turista.
El problema que se han encontrado los agentes turísticos e inmobiliarios para su plan de desarrollo han sido los pobres que habitan desde hace años esos centros, donde nacieron y muchos de ellos aún viven. La “solución” que aquellos han encontrado fue proceder a la realización de desalojos masivos, expulsando a los pobres de los centros históricos. Sin duda que en la mayoría de los casos lo han realizado con el concurso de los gobiernos, facilitando este denominado “desarrollo”. En el Uruguay, por ejemplo, durante la dictadura, la excusa fue la supuesta ruinosidad de los edificios.
La gente resiste los desalojos en la mayoría de las ciudades, pero ello, que es fundamental, no alcanza cuando se trata de dar la pelea sola contra los poderosos de la industria y estos cuentan con el apoyo del poder político. Por eso, colocar el componente habitacional como un elemento necesario en las transformaciones que se están operando en los centros históricos es una batalla política fundamental en la lucha por democratizar el centro de la ciudad.
En ese sentido, las cooperativas de vivienda se han convertido no solamente en una herramienta fundamental que permite agrupar a la gente para defenderse de la expulsión, sino que además han demostrado ser una vía eficiente para que la gente pueda construir allí sus viviendas y permanecer en ellas. Esas experiencias han tenido un punto muy alto en la ciudad de San Salvador, capital del estado salvadoreño.
Allí, el equipo de FUNDASAL, una entidad no gubernamental de promoción y desarrollo con una larga y fecunda historia de realizaciones en El Salvador, estaba desarrollando un estudio acerca de la situación general del Centro Histórico de San Salvador. Entre varias conclusiones, esa investigación probaba la existencia en el Centro Histórico de la llamada “ciudad oculta”, donde se hospedan los pobres del mismo, en los llamados “mesones”, que en Uruguay se podrían asimilar a las viejas casa de inquilinato o conventillos, lo que en Nicaragua se llama cuarterías y en Brasil cortiços.
Me pareció importante plantearle a FUNDASAL, trabajar la idea del cooperativismo de vivienda con los pobladores de los mesones, estuvieron de acuerdo y en consecuencia fuimos en busca de la posibilidad que la gente resolviera organizarse bajo un modelo similar al nuestro.
Debo decir que difícilmente en otros lugares se pueda ver con tanta crudeza la pobreza urbana, como en los mesones incrustados en el Centro Histórico de San Salvador. Allí uno encuentra viviendo diez ó doce familias, de más de tres hijos cada una, entre chapas, cartones, nylon y algo que pueda quedar del material que alguna vez fueron las construcciones, en estado sumamente ruinoso ya que en general el pasaje de casa señorial a mesón se produce por la acumulación de los desastres naturales, que en El Salvador incluyen desde tempestades a terremotos. Las aguas servidas corren permanentemente por el corredor al que dan las improvisadas “piezas” y donde chapotean los niños y niñas, que deben jugar dentro del mesón, porque salir a la calle es muy riesgoso, ya que la violencia ciudadana se manifiesta a diario, con resultados impredecibles.
En general los mesones tienen a su frente una especie de casero, que cobra el alquiler por habitar allí, pero además es el que impone la ley de la convivencia, con horas de entrada y salida, en régimen casi militar y con brutales sanciones por incumplimiento. No demasiado distinto de lo que pasa en algunas de nuestras pensiones, sólo que mucho peor, porque las condiciones físicas lo son, y el trato también.
La inmensa mayoría de los habitantes de los mesones trabajan en la economía informal del propio Centro Histórico: los llamados “véndelo todo” y “hácelo todo” al buen decir del poeta Roque Dalton[1]. Ello hace que para la gente vivir en el Centro implique vivir cerca de su trabajo y su fuente de ingreso, de allí que vieron con entusiasmo la idea de organizarse, fundamentalmente para resistir los desalojos que venían arreciando.
La lucha por la tierra allí tiene connotaciones muy particulares, ya que son terrenos muy caros, con todos los servicios y con un alto valor patrimonial. Muchas veces el casero o el supuesto “propietario” también es un ocupante, que explota a los otros ocupantes, pero cuando el lugar se pone en valor, los pobres pasan de ser un negocio a ser una molestia y son expulsados sin miramientos: ésa era justamente la lucha fundamental que había que generar para evitar la expulsión de los pobres.
La primera cooperativa en crearse con habitantes del Centro Histórico fue la ACOVICHSS (Asociación Cooperativa de Vivienda del Centro Histórico de San Salvador), hoy ya habitando sus flamantes apartamentos construidos por ayuda mutua y autogestión y hasta premiados por Naciones Unidas como una de las diez mejores prácticas habitacionales de 2010[2]. Pero el proceso no fue nada fácil, ya que pocos creían que la gente de los mesones fuera capaz, no sólo de organizarse, sino además de construir en forma conjunta.
Había que conquistar un terreno para poder seguir adelante y así fue: entre la organización y la movilización de la gente, el “cabildeo” y el apoyo de FUNDASAL, se obtuvo la cesión de uno de los terrenos donde estaba el mesón “San Esteban”, que en este caso era propiedad de la Alcaldía de San Salvador: un ejemplo de aplicación de “Cartera de Tierras”, aunque en este caso de un solo terreno. Después la historia fue conseguir el financiamiento, cosa siempre compleja en una experiencia piloto, pero que también se pudo resolver, a través de la Cooperación Y quizá lo más fácil haya sido construir, porque eso era lo único que dependía fundamentalmente de las ganas de la gente.
Hoy el ejemplo de esta primera experiencia generó un contagio en varios mesones y ya son doce las Cooperativas generadas en el propio Centro Histórico. No es la intención aquí hacer toda la historia de este proceso, pero si marcar como viable y posible encarar la lucha por la tierra en las zonas centrales de nuestras ciudades, incluidos los centros históricos. Ellos cuentan con todos los servicios, tanto físicos como sociales, inversión que ya realizó la sociedad, y debemos evitar una extensión urbana irracional, que expulsa a la periferia a los pobres, condenándolos a vivir aún peor.
[1] Los guanacos hijos de la gran puta,
Los que apenitas pudieron regresar
Los que tuvieron un poco mas de suerte
Los eternos indocumentados,
Los hácelo todo, los véndelo todo, los cómelo todo,
Los primeros en sacar el cuchillo,
Los tristes más tristes del mundo,
Mis compatriotas,
Mis hermanos.
(Roque Dalton, “Poema de Amor”)
[2] www.bestpractices.org